Siempre he deseado que me follen sobre una mesa de billar. Supongo que el juego se presta a la fantasía, sobre todo cuando juegas con alguien que te gusta. Los roces intencionados mientras me dirijo a la banda contraria para tirar, el saberme observada mientras me inclino con un escote generoso, rozar suavemente el palo mientras te miro con picardía.
Se puede transmitir mucho erotismo mientras se juega, pero cuando mi imaginación se dispara no se queda en esos leves roces y ese par de miradas lascivas que nos cruzamos al jugar. Mientras juego imagino que cuando termina la partida me sientas al borde de la mesa, me subes el vestido y comienzas a masturbarme mientras me besas. Intento acercar mi mano a tu polla pero me la apartas y me empujas hacia atrás hasta dejarme tumbada sobre el tapete. Entonces te agachas y comienzas a comerme el coño despacio, acariciando mi clítoris con tu lengua mientras me penetras con tus dedos.
Entonces me doy cuenta de que no estamos solos: que hay un par de tíos en la sala y que se están poniendo cachondísimos con la escena. Pero a esas alturas mi excitación es tan enorme que ya no puedo ni pensar en el espectáculo que estamos dando. Incluso me excita más saberme observada, saber que les estamos poniendo a mil. Tu lengua está trabajándose mi clítoris a tal velocidad que me corro en tu boca mirándote, y mirando a los otros tíos que nos observan.
Después te incorporas, sacas tu polla y con todo el descaro del mundo miras a los otros y preguntas: “¿Qué? ¿Queréis que me la folle?”. Ninguno contesta pero sus caras de salidos no dejan lugar a dudas: Claro que quieren que siga el espectáculo. Así que soy yo la que contesta con un “dame esa polla, cabrón”. Me la metes de un solo golpe y comienzas a follarme a lo bestia mientras me manoseas las tetas por encima del vestido. Vuelvo a tener otro orgasmo y al momento tú te corres y caes sobre mi y…
…y claro, con estos pensamientos no hay quien se concentre en la partida. Así no ganaré al billar jamás.